Sociedad melillense

Antonio Salido, el niño del Monte María Cristina que jugaba al fútbol y al balonvolea

Antonio Salido (Melilla, 1951) es el tercero de cuatro hermanos. De familia modesta, nació, como se solía antiguamente, en su casa del Monte María Cristina. Su padre, Antonio, malagueño, era albañil y trabajó casi toda su vida para la Comandancia General de Melilla después de dejar el campo tras la guerra civil y venirse a la ciudad autónoma. Aquí conoció a su mujer, Carmen –más conocida como Carmela-, quien sí era natural de la tierra y que no pudo ir al colegio y, por tanto, nunca aprendió a leer ni a escribir porque le tocó cuidar de sus tres hermanos.

Tenían que ser Antonio padre o alguno de los hijos quien le leyeran las cartas cuando le llegaban. Además, de muy joven había perdido su ojo derecho por una enfermedad que no le pudieron curar y tenía problemas en sus huesos, sobre todo en las piernas, que le hacían muy difícil desplazarse o subir escaleras. Siempre tenían que ayudarla con la compra; también una de sus hermanas, Ani, que vivía a unos 50 metros de ellos, o alguno de los vecinos, que formaban, según Antonio, “una gran familia”.

De sus tres hermanos, los dos mayores –Paco y Rafa-, ya fallecidos, se marcharon de la ciudad a trabajar como policías. El más joven –Manolo- trabajó en distintos comercios y hoy día sigue en Melilla ya jubilado. De este último cuenta Antonio que “pudo ser un gran defensa central” en el fútbol, ya que despuntaba en el Industrial CF, pero una lesión de rodilla le impidió seguir jugando. Lo de que pudo ser un gran central lo cuenta por lo que le han dicho otras personas, porque él, en realidad, nunca lo vio jugar, ya que se encontraba en Castellón.

Antonio estudió en el colegio España, en Ataque Seco, hasta que se marchó al Instituto Antiguo, donde estuvo hasta los 13 ó 14 años, cuando los trasladaron al nuevo. A los 16 lo dejó voluntariamente para ponerse a trabajar para ayudar en casa, lo cual le valió perder la beca de que disfrutaba. “Eran tiempos mozos de deportes y bailes y descuidé los estudios”, admite sin pudor.

En la faceta deportiva, Antonio destacó tanto en fútbol como en lo que se conocía antes como “balonvolea”, hoy voleibol, aprovechando que era de los más altos de su clase. Aún recuerda los nombres de algunos compañeros, como Maza, Vargas y, quizás, Morilla. El equipo quedó campeón de Melilla y llegó a jugar la fase de Andalucía contra Granada, Sevilla y Almería. Deberían haber ido a jugar el nacional en Santander, pero desgraciadamente para ellos el director no lo permitió por coincidir el viaje con el examen de Reválida de 4º. Antonio recibió una oferta para ir a jugar con el OJE, pero su padre no se lo permitió sin que él entendiera el motivo, por mucho que éste le dijera que algún día lo comprendería.

Siguió jugando en Melilla contra gente de su barrio o de otros en la Cañada o en el frontón del Parque Lobera, que por aquel entonces “era una maravilla”. A veces, al acabar el partido, hacían guerra de piedras que Antonio solía esquivar bien. Los componentes del equipo se fueron desperdigando y Antonio pasó al Real C, primero, y al Real B, después, pero no llegó al primer equipo.

Todavía se acuerda Antonio de que algunas veces se entrenaban en la playa y, por las noches, en un garaje detrás del bar Deportivo, en el Real, de Ramón Delgado, quien en ocasiones los invitaba a la especialidad de la casa: el ‘casabubu’. El entrenador era Juan Infante, de quien Antonio asegura que golpeaba el balón como si fuera un obús.

Finalmente dejó los estudios y se colocó en la mercería y perfumería Kira, a cuyos dueños, Ramón y Antonia, recuerda como “maravillosas personas”. Con Trino, el chófer, compartió muchas jornadas de reparto y de traslado de mercancías del almacén a la tienda. Tanto él como su hijo, Ramón, eran “bellísimas personas” y con éste último aún mantiene contacto casi a diario. También estaban entonces las hijas de los dueños, Patri y Fini. El esposo de Patri, Ángel, trabajaba en el Banco de Bilbao por las mañanas y se iba a la tienda con ellos por las tardes. Loli era dependienta y su novio, con quien acabó casándose, Antonio Aguilar, de Caramelos Aguilar, que estaba frente a la tienda. En la oficina estaban dos “grandes personas” que cree recordar que eran Julián y Luis Lozano. Juan J. Aranda le dijo que lo apreciaban mucho.

A partir de los 19 años, su vida laboral comenzó a ser, más bien, “funcionarial” en la Dirección General de Correos, Telégrafos y Caja Postal. Allí aprobó las oposiciones a cartero urbano. De los cuatro que aprobaron, Antonio y Rafael Ramírez, de Batería Jota, acabaron por un equívoco en Manresa en lugar de Tarrasa. En esa localidad pasó siete años estupendos e incluso trabajaba en otras cosas por las tardes. Su mujer trabajó un tiempo en una fábrica de hilaturas, pero lo dejó cuando nació su primera hija.

El problema para ellos era el clima, con demasiado frío e inviernos muy largos, y con la playa a tres horas en autobús a Casteldefels o Salou, con sus tres horas de regreso, cuando no existían autopistas ni autovías. Demasiado diferente a lo que había conocido en Melilla, con los cortados de Aguadú y la playa de Miami. Acabó pidiendo traslado y lo enviaron a Castellón, una capital “tranquila” y una provincia con pueblos “maravillosos” como Peñíscola o Morella, con ríos y pantanos de agua fresca.

Después de 41 años en Correos, Antonio se jubiló en 2011 y ahora disfruta de sus hijos –dos chicas catalanas y dos chicos castellonenses- y de sus seis nietos, a quienes lleva y trae del colegio. Uno de ellos, por cierto, asegura Antonio que “promete” como portero. Con su vida hecha ya en el levante, 50 años casado con su esposa –desde 1974-, no quiere, pese a todo, dejar de mencionar a algunos compañeros de correrías en la “gran familia” que formaban en Ataque Seco.

Comienza por la familia Font Zaragoza y Font Pérez. Un poco más arriba, Jamete, gran amigo por edad de su hermano mayor, quien se marchó a Bélgica y es muy extrañado. En la calle A (ahora Río Ebro), sus tíos Ani y Antonio y sus tres hijos, la familia Alonso Periz y Pepe y alejandro grandes amigos suyos. No se olvida de Victoria, Fernando y sus hijos, del cobrador Lázaro Atienza, del carpintero Mariano y de las familias de ambos.

También habla de sus amigos ex peloteros y de correrías como guateques y bailes: Paco López, Pedro Guevara, Enrique Suárez, Antonio Alcoba, Carlos Benavente, Enrique Ojeda (Susi), Luís Valverde, Miguel Mateo, Ramón Úbeda, Francisco Jiménez (compañero en el instituto) y un largo etcétera. Y que lo perdonen los no mencionados.

En Melilla, aparte de a su hermano, tiene a su prima Mari Carmen y a su hermano Rafael, hijos de un hermano de su madre. Y también está su gran amiga, que fue "vecina como una hermana", Lola Font, con quien de pequeño siempre iba junto y por cuya familia siente un gran cariño.

Hace ya alrededor de 30 años, cuando fue el bautizo de su sobrino, hijo de su hermano Manolo, el más joven, que no vuelve por Melilla. Por circunstancias de la vida no le ha sido posible y cada año se dice lo mismo: “Este año iré”. Que así sea.

Por el momento, por lo que ve en videos y fotos, reconoce que está muy cambiada de forma especial toda esa carretera que recorre la vista que era acantilada y ahora don playas, como la de Horcas Coloradas. Para ser sincero, le "entristece mucho ese cambio tan tremendo" y sin ver la de ahora se quedo con la suya y" esos domingos enteros buceando cogiendo grandes mejillones y cañaíllas" que consumían allí mismo.

 

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