Categorías: Opinión

Ante el contemplativo clima espiritual del momento

"El orgullo es lo que destruye la concordia. No olvidemos que el auténtico peligro lo generamos con nuestras propias acciones, al disponer de instrumentos cada vez más leoníferos y poderosos, capaces de llevar, tanto a la destrucción total como a las más altas conquistas"

Ya inmersos en el ambiente reconcentrado de la Semana Santa, será saludable que la humanidad en su conjunto, haga un alto en el camino para ahondar en su propio diario existencial. Abrirse de corazón y reabrirlo para uno verse, en relación con los demás y consigo mismo, puede ser la mejor terapia para la esperanza. Son esos pasos interiores, los que realmente nos dan fuerza para renovarnos y no morir en el desconsuelo, porque realmente el mundo está en las tinieblas. Hemos de volver, pues, a la poesía y no al poder por el poder; evocando a los crucificados de hoy que continúan estando ahí, siendo la viva imagen de Jesús. Por desgracia, la ciudadanía no presta atención a la creciente violencia, generando la mayor crisis humanitaria, debido a este inhumano estado salvaje.

El calvario no cesa, se mueve por cualquier rincón del planeta, es menester repensar, revivir el camino del cordero inocente sacrificado por nuestro rescate. En consecuencia, llevemos a la mente la riada de dolores y sufrimientos, recordemos a tantas víctimas inocentes, pongamos el hombro junto al aluvión de desfavorecidos, activemos el abrazo hacia los excluidos del sistema mundano, demos aliento a los enfermos y pongamos quietud en nuestros abecedarios. Al tiempo, y sin perder la estación, hagamos silencio, compartamos visiones e introduzcamos el canto efectivo del júbilo mutante, con espíritu contemplativo y orante. Ciertamente, recogerse es acogerse para quererse; dejarse acompañar y acompasar para amarse, a fin de conciliar y reconciliar, afectos perdidos u olvidados.

No olvidemos que todos los males vienen de nuestros adentros, tienen su origen en nuestro mísero interior, lo que nos demanda a salir de este mundo de endiosados, que se creen autosuficientes; cuando en realidad necesitamos conjugar todos los latidos, para hacer ese poema perfecto, que nos avive la purificación del ser con la renovación del saber estar, en todo momento y lugar. Sostenidos, por este sueño clarividente, podremos comprometernos con más valor y valentía, para que germine un orbe más níveo. Así, cuando el verbo se haga verso, la sanación de los moradores será un hecho que nos llenará de alegría, porque la bondad con la verdad es amor fraterno, jamás vivido, que sabe hacer propia la actitud de compasión con la mística clemencia.

Precisamente, es bajo esta honda espiritualidad donde se halla el sentido y la plenitud de la historia humana. Por ello, en la Semana Santa o en esta gran Semana, en la cual Cristo aplasta a la muerte, también ha de emerger en cada vida, una visión restauradora que nos ilusione a desterrar los malos pensamientos y a reponer un imperecedero anhelo, que no puede ser otro, que la unión y la unidad. El orgullo es lo que destruye la concordia. No olvidemos que el auténtico peligro lo generamos con nuestras propias acciones, al disponer de instrumentos cada vez más leoníferos y poderosos, capaces de llevar, tanto a la destrucción total como a las más altas conquistas. Sea como fuere, nos necesitamos entre sí para avivar los vínculos e injertar en cada percusión los aires anímicos.

Hemos de ganar sosiego, que la quietud no se construye únicamente mediante la política y el equilibrio de las fuerzas y de los intereses, se edifica poniendo alma como lírico sustento e idílico avance, sin obviar que toda vida es inviolable para formar y conformar el reconstituyente. Sin duda, también ahora precisamos amar hasta el extremo de interpelarnos, sacudir nuestra conciencia y ser exigentes con nuestras marchas. Las penurias podrán ser grandes, pero el misterio de la cruz y de la Resurrección nos asegura que el odio, la violencia, la sangre y la muerte no tienen la última palabra en las vicisitudes humanas. La victoria definitiva radica en abrazar la cruz, en fraternizarnos con ella, para abrirnos al gozo de vivir eternamente y tiernamente reabrirnos a la luz como pétalos en flor.

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