Opinión

Anclados en los 90

Los ecologistas de Guelaya y el Movimiento en Defensa del Arbolado se plantaron este jueves a las puertas de la Asamblea a pedir la dimisión del consejero Hassan Mohatar por su "incompetencia" o lo que es lo mismo, por su falta de capacidad para ocupar el puesto de responsable de Medio Ambiente en Melilla.

La gota que colmó el vaso fue el desplome de un árbol casi centenario que casi mata a una mujer que pasaba por la Plaza del Tesorillo en su coche y que ese día, volvió a nacer. Veinte centímetros más y el eucalipto de  80 años la habría aplastado.

¿Quién tumbó el árbol? ¿El viento o las obras que se ejecutan en Daoiz y Velarde? Eso es lo que quieren saber los ecologistas y por eso exigen examinar los restos del árbol que se desplomó y que obligó a la empresa que ejecuta los trabajos a echar abajo otros dos eucaliptos colindantes en una escena dantesca.

A Hassan Mohatar el accidente le pilló en Fitur, un poco descolocado porque él había apaciguado las protestas generadas por el proyecto para construir un parque infantil en Daoiz y Velarde prometiendo que ninguno de los siete árboles frondosos de esa plaza sería movido de su sitio, pese a que en un principio, el plan era otro. El cepemista no ha podido cumplir su palabra.

Creo que a Mohatar le hacen falta, mínimo, una docena de baños con flores blancas y cascarilla en noches de luna llena, como suelen recomendar las viejas santeras cubanas, para que se le aparte el ave del malagüero que tiene enganchado a la chepa.

Todo lo que hace, ya sea por acción o por omisión, tiene consecuencias nefastas para él y para Melilla. Los ecologistas le han hecho la cruz y la oposición se frota las manos porque saben que al menos Hassan Mohatar no será el sucesor de Aberchán. Ya está amortizado.

Si no conociéramos sus inicios en esto de la política; si no supiéramos que es un tipo honesto y buena gente, sin más ambición que su lealtad a Aberchán y a su partido, creeríamos que a Hassan Mohatar nos lo han cambiado y en su lugar nos han dejado a un señor abducido por los extraterrestres.

Ningún consejero anterior a él tuvo tanta oposición ecologista ni tan mala prensa porque nunca había habido tantos canales de comunicación alternativos a través de las redes sociales ni tanta concienciación en Melilla en torno a la imperiosa necesidad de cuidar la vida verde que nos rodea.

Las nuevas generaciones aprenden a reciclar antes que a sumar o dividir. Nuestros hijos son tremendamente sensibles y quieren saber qué comen, de dónde sale y, además, cuestionan la sostenibilidad de lo que les servimos en la mesa.

Lo maman en la escuela y ellos han venido a afearnos a padres y abuelos que les hayamos traído a un mundo atiborrado de cemento en el que las plantas son entendidas, erróneamente, como elementos decorativos que se colocan después de terminada una obra. Se les niega su condición de ser vivo so pretexto de que son reemplazables... como todos nosotros.

Pero estamos en otra época. Ya se acabaron los tiempos en los que comprar ropa de segunda mano era cosa de pobres. La era del consumismo voraz ha terminado. Melilla no es ajena a ello. Estamos ante un fin de ciclo. Podemos negarlo, incluso ignorarlo, pero ahí está: delante de nuestras narices.

Es hora de entender que esos tiempos pasaron. Esa mentalidad de los ochenta y de los noventa es cosa del pasado; está trasnochada y hay que reciclarse o morir. Hay muchas cosas que cambiar en la política. Los ciudadanos no queremos que amplíen los cementerios sino que se invierta más en sanidad pública; no queremos más parques infantiles en el centro sino que se recuperen los terrenos abandonados de la ciudad, donde la basura campa a sus anchas. Queremos que se reconviertan en zonas para el esparcimiento de nuestros niños y de nuestras familias.

Hay mucho por hacer en Melilla, pero me niego a creer que Mohatar es el único responsable de toda la mierda que nos rodea incluso desde mucho antes de que él fuera consejero.

En Melilla tenemos que invertir mucho, muchísimo más dinero en reverdecer la ciudad, en llenar de plantas autóctonas los jardines; en reducir el cemento y el tráfico de las calles pero, sobre todo, en sensibilizar a promotores inmobiliarios y a compradores de vivienda nueva de que el verde no se toca.

Lo de trasplantar árboles (centenarios o no) tiene que acabar porque se nos parte el alma al ver cómo languidecen luego en el Parque Forestal. Los árboles no se tocan y si los tocamos debe ser para hacerles podas responsables.

No podemos aspirar a reconvertirnos en la Selva Negra de Alemania, pero sí podemos ponernos como meta que en los próximos cuatro años acabaremos con toda la basura y la porquería que se acumula en los terrenos que bordean el barrio de Cabrerizas.

Hay que meterle mano a la Granja Escuela. Da lástima ver la lamentable situación en la que se encuentra. Pero nada de eso se puede hacer sin dinero pese a que estoy convencida de que podemos crear empleo si nos proponemos poner las cosas en su sitio.

Los ecologistas ya no están solos. Puede que los ciudadanos no tengamos las urgencias que tienen ellos, pero todos estamos infinitamente más sensibilizados con la necesidad de proteger el medio ambiente; de mantenerlo limpio y más respirable que hace unos años cuando de manera inconsciente mirábamos para otro lado.

No hay planeta B y no hay Melilla B. O arreglamos la que hemos liado nosotros solitos o nos lleva quien nos trajo.

Creo sinceramente que la dimisión de Hassan Mohatar no resolverá el problema. Mientras haya profesionales que den el visto bueno a proyectos en los que se prescinde del arbolado, ningún consejero de Medio Ambiente será lo suficientemente bueno como para aguantar cuatro años en su puesto.

Melilla necesita un pacto de todas las fuerzas políticas y sociales con sus distintas sensibilidades. Hay que buscar un punto de consenso; hay que trazar una especie de línea roja que nos ponga a todos de acuerdo para dejar de debatir en torno a si protegemos los árboles o construimos nuevas infraestructuras.

Tenemos que cambiar el chip. Hay que soltar el coche; hay que echar a andar; hay que pegarle un cambio a la ciudad porque ahora mismo tenemos 71.000 vehículos matriculados en una Melilla de 84.000 habitantes. Eso es insostenible. Así no tenemos un futuro por delante.

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