A menudo queremos pensar que el planteamiento táctico de un partido ha sido la clave para ganarlo. A estas alturas de mi carrera tengo claro que nunca hay una sola clave para ganar o perder un partido: el resultado final es siempre la consecuencia de un número variable de circunstancias, que responden no sólo a aspectos tácticos sino, muy especialmente, a aspectos psicológicos (estados de ánimo, confianza, cohesión del grupo en ese momento, gestión de la presión, etc.)
Debo reconocer que he tenido que volver a visionar aquella final para poder recordar cómo la habíamos planteado. 22 años es mucho tiempo…
Sin lugar a dudas, el aspecto táctico más determinante fue utilizar una zona 1-2-2, que llamábamos 12, y que presentaba 3 aspectos fundamentales:
1. Máxima presión al hombre con balón
2. Seguíamos los cortes de los tiradores
3. Si marcábamos 12 con los brazos en cruz (puño cerrado en una mano y dos dedos extendidos en la otra) al segundo pase nos poníamos en defensa individual.
Esa zona nos permitió llegar a los últimos minutos con una pequeña ventaja en el marcador, tras haber estado casi todo el partido por detrás, y los jugadores supieron gestionarla perfectamente, de modo que el partido finalizó con la mayor diferencia a nuestro favor de todo el partido: 8 puntos, 93 a 85.
Pero en mi opinión, aquella Copa se ganó por la mentalidad ganadora de los jugadores. Y el camino que tuvimos que recorrer para llegar hasta aquella final. En aquella época el sistema de competición de la Copa era el mismo que se utiliza actualmente en la Liga ACB, es decir, la jugaban los 8 primeros clasificados al final de la primera vuelta de la liga regular en una sede que decidía la Federación entre las propuestas recibidas. Aquel año fue Alicante la ciudad encargada de organizarla.
Nosotros llegamos a la última jornada de esa primera vuelta fuera de las 8 primeras posiciones. La única opción de entrar en la Copa pasaba por ganar a Huelva en el viejo pabellón Andrés Estrada, una de las pistas más calientes y difíciles de la liga. Conseguimos la victoria y esa fue la primera gran dificultad superada.
Sin apenas tiempo de preparar el partido de cuartos de final viajamos hacia el Centro de Tecnificación de Alicante. Nos enfrentábamos al Ourense de Salva Maldonado, un equipo con mucha altura en el destacaba en la posición de 3 Federico Kammerichs, un argentino con un físico portentoso que haría carrera en la liga ACB y la Selección Argentina. No empezamos bien el partido y llegamos a ir 15 puntos abajo durante la primera parte. Pero llegados a ese momento el equipo ya creía que todo era posible y, con la determinación de quien no tiene nada que perder, dimos la vuelta al marcador y nos metimos en la semifinal.
Allí nos esperaba el rival teóricamente más difícil. El Badajoz que dirigía Martín Fariñas y que lideraba la liga regular en aquel momento. Con un Cedric Moore espectacular jugamos nuestra mejor defensa y dejamos al rival en 58 puntos, ganando el partido con una claridad que ni el más optimista hubiera podido sospechar en el salto inicial.
Creo que en ese momento ya sabíamos que aquella Copa era nuestra. Los jugadores tenían una fe inquebrantable y ni siquiera estar 11 puntos abajo en la final ante Menorca mediado el tercer cuarto les hizo dudar. Afrontaron el reto con la serenidad de quien se sabe Campeón.
Era aquel un equipo con los roles muy bien definidos. Y un cinco inicial casi perenne y aceptado por todos como indiscutible. Ron Ruland llevaba el timón. Dirigía y era capaz de anotar cuando el equipo lo necesitaba. A su sombra un joven Nando Vicario aprendía de él y aportaba un físico espectacular para sumar tanto en la posición de 1 como en la de 2. No jugó un solo minuto en aquella final, pero fue tan importante como el que más.
En la posición de escolta el titular era José María Panadero. Con sólo 21 años lo habíamos fichado del Marbella de liga EBA convencidos de que iba a ser la revelación. Explotó en esa Copa. Fue nuestro referente en el ataque y consiguió merecidamente el trofeo al jugador más valioso. Javi Hierro era el otro escolta. Capitán del equipo aportaba siempre carácter y defensa. Si al equipo le faltaba espíritu, ahí estaba Javi para recobrarlo.
En la posición de 3 Jose Silva era un jugador capaz de hacerlo todo bien. Consistente, era un seguro en defensa, rebote y toma de decisiones. Pablo Giménez era nuestro 3 alto. Otro jugador capaz de aportar muchas cosas, jugó los momentos más importantes de la final y sus canastas en el último cuarto fueron decisivas. El 4 titular era Lluís Martínez. Poco peso pero gran movilidad y brazos muy largos. Corría la pista como un alero y tenía producción de puntos en el poste bajo. Quique López Vilas lo complementaba perfectamente, pues tenía un excelente lanzamiento de media distancia y nos abría el campo. El 5 era el inigualable Cedric Moore. En defensa era clave, pues podíamos arriesgar lejos del aro sabiendo que allí estaba él para taponar o cambiar cualquier tiro. El mejor taponador que he conocido. Pero además conocía el juego, pasaba muy bien, y su carácter ganador contagiaba a todos. Con él en pista nadie podía regatear el esfuerzo. Sufría y nos empujaba a sufrir a todos para ganar. Pepe Torrubia completaba el equipo. Su rentabilidad era brutal. Aprovechaba como nadie cada uno de sus minutos jugados.
Y, por supuesto, el cuerpo técnico. Javi Nieto llegaba adonde yo no podía, y me levantaba si caía. Vicente Ramírez tenía al equipo al 100% físicamente. David Aserraf nos ponía a todos la sonrisa en la cara, sin la cuál ningún equipo gana. Y cuidando de la salud de los jugadores Sabela y Luis Segura. Menudo staff!!! Fue un año mágico, y estuvimos a una canasta de ascender a la ACB, un objetivo que no podíamos pensar cuando construimos el equipo con Emilio Guerra en el verano del 98.
Y al frente del Club y del proyecto el presidente Paco Díaz Corvera, una buena persona con un entusiasmo y una capacidad de trabajo asombrosa. Los resultados conseguidos durante esos años dan fe de su valía. Consolidó Melilla como un referente en el baloncesto español.
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