Si durante la semana pasada le correspondía el turno en el Congreso de los Diputados al debate y votación de las enmiendas parciales, en número de 5288, al proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2022, esta semana les correspondía el turno a las enmiendas a las Secciones. Es decir, a los presupuestos de cada uno de los Ministerios o grandes Capitulados de los Presupuestos Generales del Estado. Cabría haber esperado que los debates se hubieran desarrollado por derroteros similares a los del año pasado, habida cuenta de la similitud existente entre lo presupuestado para el año que termina y lo presupuestado para el año que se aproxima. Sin embargo, la defensa de las cuentas de cada una de las Secciones, expuesta por los sucesivos representantes de los dos partidos que conforman el Gobierno, Partido Socialista y Unidas Podemos, no versó sobre las bondades del presupuesto que se debatía sino, reiteradamente, sobre las presuntas perversidades de las cuentas presentadas por el Gobierno de Mariano Rajoy. En su opinión, al menos aparentemente, todas las calamidades experimentadas por los españoles durante los Gobiernos de Mariano Rajoy venían motivadas por lo que, tirando de manera evidente de argumentario de partido, denominan repetidamente como las políticas austericidas y neoliberales. Ya produce sonrojo además de hastío el desparpajo y desahogo con el que uno tras otro citan, de manera recurrente, la crisis de 2008, para, a continuación, analizar las medidas adoptadas a partir de 2012, como si entre 2008 y 2011 no hubiera sucedido otra cosa más que la “heroica y abnegada” defensa del estado del bienestar por parte del gobierno del PSOE frente a las continuas agresiones al mismo procedentes de una derecha “cavernícola y retrógrada”. Mis recuerdos de lo ocurrido son netamente diferentes y me parece que lo realmente sucedido fue palmariamente castigado por los españoles en las urnas al final de 2011, dándole al Partido Popular un respaldo mayoritario. En mi memoria, las elecciones de 2008, en las que por segunda vez consecutiva ganaría el Partido Socialista, se caracterizaron por la falta de reconocimiento durante las mismas, por parte del partido en el Gobierno, el Partido Socialista, de la existencia de una crisis financiera frente a la que sería necesario adoptar ciertas medidas de contención del gasto. Casi todos recordamos el arduo debate entre los expertos en economía de Partido Socialista y Partido Popular en aquel proceso electoral, los Señores Solbes y Pizarro, respectivamente. Si ustedes recuerdan, durante toda aquella legislatura, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero negó en todo momento la existencia de una crisis y cuando reconoció su existencia, no le concedió la más mínima importancia, ya que el sistema financiero español jugaba, según él, en la “Champions League” del sistema financiero mundial. El problema real era que la oposición, el Partido Popular en aquel momento, era pesimista o derrotista, cuando no antipatriota y en palabras del entonces Ministro de Justicia, el Sr. Bermejo, todo radicaba en que el PP no era capaz de ver la vida en colores. Todo demasiado repetido estos días para que no parezca que nos encontramos en momentos peligrosamente similares a aquéllos. Ante la gravedad de la crisis, que amenazaba a todas las economías de la Unión Europea, pero con especial dureza a las del sur, el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, optó por lo mismo por lo que está optando este gobierno. Por gastar más dinero del que se disponía y a tal fin diseñó un plan que todos recordamos, el famoso Plan E de Zapatero. Consistía en gastar dinero público a fin de transmitir la impresión a la ciudadanía de que todo iba bien y así estimular el gasto privado animado por la implicación de lo público en la vida de los españoles. El Plan E, como recordarán, consistía fundamentalmente en la ejecución de obra pública, aunque fuese de manera repetitiva, sobre los mismos espacios físicos, con un desmesurado aparato de propaganda en torno a cada una de esas obras públicas. El resultado final de aquella aventura ya lo conocen ustedes. El Sr. Zapatero abandonó precipitadamente sus responsabilidades, convocó elecciones generales a las que no concurrió como candidato y dejó la economía nacional prácticamente en quiebra con ingentes cantidades de facturas no pagadas depositadas en los cajones de los despachos de la Administración General del Estado. También dejó tras de sí a unos funcionarios de la UE, a los que llamábamos en aquel momento “los hombres de negro”, que venían con la sanísima intención de delimitar el número de nuestros funcionarios, así como sus retribuciones y revisar el importe de las pensiones de nuestros mayores. En fin, un legado absolutamente envenenado que los actuales socialistas parecen muy empeñados en ocultar, ya que las acciones que tuvo que acometer el Gobierno de Mariano Rajoy, que, de hecho, consiguieron salvar nuestra autonomía administrativa, cosa que no consiguió, por ejemplo, Grecia, parecieran venir motivadas por su afán de castigar a los españoles más que por el caótico resultado de la gestión de su predecesor. Es por ello que resulta doloroso ver la espuria manipulación de esta realidad que el Gobierno del Sr. Sánchez lleva practicando desde que comenzara a culpar de su falta de capacidad de respuesta a la crisis del COVID 19 en sus primeros estadios, no a su falta de deseo de adoptar medidas severas que comprometiesen su popularidad, sino a lo que perversamente comenzó a denominar “los recortes del PP”. Lo que aún falta por constatar es si esta nueva aventura de gestión de los asuntos económicos en la que nos encontramos, en esta ocasión con la ayuda de la Unión Europea, nos va a ayudar realmente a salir de la crisis o nos va a hundir, aún más, bajo la presión de las recetas de los aliados comunistas e independentistas a los que el Sr. Sánchez debe su permanencia en la Moncloa. En cualquier caso, no parece un buen comienzo que el análisis de lo sucedido en nuestro pasado reciente, se apoye sobre un ejercicio manifiesto de amnesia selectiva.
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