Termina otro sainete aplaudido como “acuerdo histórico”. Histórico fue el Acuerdo de París, donde se concretaban, para no sobrepasar los 1, 5º, plazos y objetivos a cumplir, y era vinculante, y ya ven para lo que ha servido, para nada.
En esta ocasión, el objetivo era acordar el final de los combustibles fósiles, pero se han quedado en el eufemismo de transición, sin planificar una hoja de ruta, y sacando de la ecuación al gas, al carbón e igualando la energía nuclear a las renovables. Si añadimos que es voluntario, no vinculante, nos queda un trocito de papel higiénico usado, firmado con tinta invisible.
Son muchas las declaraciones de frustración, pero las más relevantes son las del Sur Global, a los que engañamos, esclavizamos y sometemos desde hace cinco siglos, robándoles su dignidad, los derechos humanos, la mano de obra y su riqueza, las materias primas, y utilizando sus países de vertederos. Son los que menos incidencia tienen en la emergencia global y los que están sufriendo las peores consecuencias en formas de sequía, hambruna, enfermedades, plagas, desigualdades sociales y migraciones climáticas. Hablan de sentencia de muerte, de hipocresía, de expolio, de olvido, de condescendencia, pero la que lo resume todo es “este acuerdo salva la COP28, pero no el planeta”.
Tras una COP los expertos salen a justificar para qué sirven, porque la mayoría pensamos que para nada. Nos explican que para poner sobre la mesa los problemas, las posibles soluciones e ir dando pequeños pasitos. Sin ellas, nos aclaran, estaríamos mucho peor. Para mí, lo único que dejan de manifiesto es la sinrazón humana que camina hacia la extinción, mientras los elegidos celebran sus ceremonias de la desolación, donde adoran al becerro de oro en exclusivas orgías de poder, soberbia y fatuidad.
Un gran ejemplo de esto es que por primera vez, después de solicitarlo 30 años, se ha dedicado un día al impacto de la alimentación en la emergencia climática. Y nos congratulamos porque se ha hecho. Un gran paso adelante, donde se ha puesto de manifiesto que el 37% de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen del tipo de alimentos que producimos y consumimos. Que necesitamos planificar una alimentación más justa, resiliente y sostenible; que solo con los alimentos desperdiciados en el Norte global, se podría acabar con el hambre en el mundo; que los pesticidas provocan la sexta gran extinción, nos están envenenando y matando los suelos; y que las sequías, las plagas y el control de semillas de las grandes multinacionales, están arrinconando a los pequeños agricultores.
Pero tras las grandes declaraciones, intencionadamente, se les olvida meterse con el consumo de carne, porque los lobbies, como los de las energías fósiles, se pueden enfadar, y eso son palabras mayores. Di lo que te dé la gana, pero cuidado con mis beneficios.
He cogido prestado el título de esta opinión del informe que Jaime del Val, filósofo y activista, ha realizado, basándose en 100 informes internacionales de gran nivel, incluidos los de la FAO, y que sirve de base a la demanda que ha interpuesto contra 46 estados por promover “las industrias de explotación animal, las más devastadoras de la tierra, la primera causa de cambio climático, extinciones masivas, de enfermedad y desigualdad humana y el mayor crimen de la historia”.
El informe es demoledor y esclarecedor. Acusa de holocausto animal, crímenes de lesa humanidad y violaciones de derechos humanos con datos que ponen de manifiesto como el consumo de proteínas animales, carne, leche y huevos, producen más emisiones que todo el transporte mundial. Son la causa de extinciones masivas y de la gran deforestación del planeta, ya que el 80% de los cultivos son para alimentar al ganado, que consume la mitad de la población mundial de pescado para piensos, y genera una gran contaminación por causa de los fertilizantes y antibióticos que utiliza. El consumo de carne genera muertes, desigualdad, y conflictos mundiales por el agua, las tierras y las consecuencias ambientales.
Léanlo, quizá después se replanteen su alimentación. Y puestos a recomendar, les invito a poner a un campesino como Matías en su vida. Cada vez hay más agricultores que realizan una agricultura regenerativa, que garantiza que los productos son ecológicos y regeneran el suelo que la sustenta, y que a través de los grupos de consumo, de cercanía, le llevan la compra, la salud, a casa. Estoy seguro de que después de hablar con ellos, de probar los productos de su huerta, empezarán a plantearse otro tipo de consumo, alejado de la carne y de los productos procesados. Somos lo que comemos, y lo que cultivamos, producimos y compramos.
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