Hace escasos días, o séase, el día 23 de enero, se cumplió un año desde que las autoridades chinas determinasen cerrar a cal y canto la localidad de Wuhan, foco de la pandemia que ha asolado la vida de millones de personas y ha puesto en jaque a todas las sociedades del mundo.
Desde entonces, el origen del virus aún no se ha descubierto, aunque se tiene conocimiento que, tal vez, la transmisión viniese desde un animal; bien, desde el huésped original o mediante el contagio de un género intermedio, como sucedió con el ‘SARS’ en 2003 y el ‘MERS’ en 2012. Como es sabido, el nuevo patógeno se ha denominado SARS-CoV-2 y la enfermedad que acarrea es el COVID-19.
Wuhan, la población china que de la noche a la mañana se halló incomunicada y con palabras mayores, confinada, tras ser la primera en sufrir los coletazos epidemiológicos, se convirtió en la zona cero y en el espejo en el que contemplar lo que habría de desencadenarse a nivel mundial.
Con indudables heridas abiertas difíciles de curar, a las diez de la mañana del 23/I/2020, esta localidad de 11 millones de habitantes despertó hermética, con calles desguarnecidas y la gente internada en sus casas, en medio del espanto por algo de lo que escasamente se sabía nada.
En los primeros instantes del ostracismo más inexplorado, algunos pudieron conseguir algo de alimentos en las tiendas que aún estaban abiertas, pero que de inmediato echaron sus persianas.
En un abrir y cerrar de ojos, irrumpieron los días más terroríficos: sin medios, ni personal experimentado para bregar ante algo anónimo; por doquier, los infectados proliferaban y los hospitales se colapsaron, no dando abasto para cuidar a los ciudadanos que mostraban sintomatologías.
En esta vorágine desbocada, muchos eran enviados a sus domicilios sin una prescripción mínimamente comprensible; otros, fallecían sin saber siquiera el motivo; o experimentaron en la más absoluta soledad el desgarro emocional de la muerte y en silencio su adiós definitivo; los que a duras penas salían adelante, desconocían cualquier información sobre su gravedad o eventuales secuelas.
Presa de la consternación, el estado más poblado de la Tierra, la República Popular China, se detenía casi en su totalidad y sus 1.400 millones de habitantes se enclaustraban, siguiendo las indicaciones oficiales en el desarrollo de las fiestas del Año Nuevo Lunar.
A un compás impetuoso, los afectados crecían y para los que humanamente no existían camas, ni respiradores, dramáticamente se asfixiaban. En la otra línea de retaguardia, faltos de mascarillas, ni indumentarias especiales de protección, los sanitarios en su afán de ayudarlos, se contaminaban y de regreso contagiaban a sus familiares.
Visiblemente, con más escepticismo que miedo, el planeta era testigo de una deflagración de contagios y decesos desmedido, que fatídicamente se ha repetido y continúa repitiéndose hasta desatar la peor epidemia en un siglo, y la mayor crisis económica desde la Gran Depresión en 1929, prolongada durante la década de 1930.
Hoy por hoy, se desconoce con precisión la primera persona que adquirió el coronavirus, pero, ciñéndome en un estudio elaborado por el Instituto de Tumores de Milán y de la Universidad de Siena, se desprende, que pudo haberse transmitido desde China mucho antes de lo que se especuló. Particularmente, en 2019, porque en la misma investigación se observa que el virus ya desfilaba por cinco regiones de Italia.
Por el contrario, el gigante asiático afirmaba otra cosa: el primer individuo en contraer el virus recayó en un hombre de 55 años y al que se menciona como el presumible paciente 1, que evaluado pudo hacerlo el 17/XI/2019. Presumiendo que objetivamente fuese así, al menos el primero en registrarse en aquellos momentos, pudo contrastarse la rapidez con la que se desenvolvió la perturbación epidémica.
El 15 de diciembre, el total de sujetos enfermos se tasó en 27 y, para las postrimerías de 2019, la cuantificación de contagiados equivalía a 266. Ya, el 1 de enero de 2020, el guarismo se amplió a 381, y así hasta desembocar en la fatalidad en la que estamos sumidos.
Prosiguiendo con el rastro del 17/XI/2019, surgieron las críticas internacionales porque los representantes chinos no informaron debidamente de los indicios sobre el nuevo virus, hasta avanzar siete semanas. Seguidamente, Wuhan se aisló.
Previamente, la Organización Mundial de la Salud, por sus siglas, OMS, lo definió como una cepa misteriosa de neumonía que ni siquiera tenía nombre. No tardando en pronunciarse, aseguró al pie de la letra: “hay pruebas bastante concluyentes que el brote se originó por exposiciones en un mercado de pescados y mariscos de la Ciudad de Wuhan, en China. Este mercado se cerró el 1 de enero de 2020”.
Sin embargo, la primera víctima mortal a la que se puso identidad, correspondería a un individuo de 61 años con patologías previas, que pereció el 9 de enero, adquiriendo algún género en el mercado mayorista de mariscos de Huanan, situado al Este de la provincia de Hubei, una de las veintidós provincias de China.
De imprevisto y sin llamarnos demasiado la atención, quizás, por la separación terrestre, se inauguraba el primer confinamiento por el COVID-19: el desasosiego a lo ignoto y la carencia de suministros, se erigieron en la zozobra de los wuhaneses en esas semanas interminables, como apuntaron diversos medios de información en las declaraciones recogidas entre decenas de habitantes.
En los compases precedentes, con los autoservicios cerrados y el conjunto de sus habitantes recluidos, los delegados no daban abasto para establecer la enorme maniobra logística de hacer llegar víveres básicos a cada hogar, como muchos rememoran el hambre que les sobrevino.
No ha de obviarse, que esta población rompió el hielo enfrentándose a un virus que se cebó con ellos, con la experiencia acumulada del Síndrome Respiratorio Agudo, el SARS, llamado SARS-CoV-1 para diferenciarlo del SARS-CoV-2, otra enfermedad motivada por un coronavirus que afligió a China en el año 2003.
Como expone la psicóloga Li Geng en varias fuentes bibliográficas: “La gente no tenía información, no sabía qué era exactamente el virus, ni cómo se podía contraer y eso generó mucha ansiedad. Era como enfrentarse a algo invisible e impredecible, no sabíamos si de repente nos íbamos a contagiar todos o si algún día podríamos salir de casa”. Y en relación a los que presumiblemente contraían el agravio, “tenían miedo a la muerte o a las secuelas que podía dejar la enfermedad”.
Pasadas dos semanas, los científicos chinos retrataron la secuencia del genoma del virus, o lo que es lo mismo, el código genético que lo compone. Posteriormente, se realizaron los primeros kits de pruebas de detección para mejorar la capacidad integral, y sin demora, la OMS los compartió.
Tras once meses, las primeras personas se han vacunado para contrarrestarlo. Lo que ha hecho que las vacunaciones frente al SARS-CoV-2 sean las más resueltas jamás desarrolladas en apenas nueve meses, contando que aproximadamente la media suele rondar unos diez años. Por lo tanto, la celeridad con la que hemos asimilado el coronavirus, no tiene parangón. Al menos, así lo advierten los especialistas.
Pero, un año más tarde, como puntualiza el mapa interactivo del ‘Centro Johns Hopkins de Ciencia e Ingeniería’, con más de 102 millones de reportados y 2.221.469 defunciones, existen muchísimas incógnitas acerca del patógeno.
“Tal y como se ha fundamentado en estas líneas que prosiguen en otro pasaje, el SARS-CoV-2, ha dispuesto que el año 2020 quede para la historia como el de mayor tasa de mortalidad desde que existen registros”
Estos enigmas radican desde lo más elemental, como el modo en que nos atacó el virus, hasta aclaraciones indescifrables, como la naturaleza con la que cesará este percance epidemial.
Y en lo que atañe a su procedencia, está plagado de un amplio margen de divagaciones y suposiciones de la conspiración. Si en principio el coronavirus daba la sensación de estar emparentado con un mercado de Wuhan que proveía animales vivos, una publicación de la revista médica británica ‘Lacet’, examinó que un tercio de los pacientes que quedaron infectados, no tuvieron conexión directa con esos vendedores.
Si bien, admitiendo al expresidente de Estados Unidos, Donald Trump (1946-74 años), rebatiendo que el virus se había desatado en un laboratorio de Wuhan, hay valoraciones contundentes acerca de promoverse en un animal, al sugerirse que los parientes más próximos conocidos del coronavirus son diferentes genéticamente, como para que ocasione el brote.
Y, por si fuese poco, las averiguaciones han desentrañado que el virus habría deambulado caprichosamente por Estados Unidos y Europa en diciembre de 2019, antes de lo que se ponderaba. En el lado contradictorio, los medios estatales chinos han impulsado la narrativa que el virus se causó fuera de China.
Corroborándose un sinfín de teorías de la conspiración, persisten antecedentes en los que encajan idénticos criterios: el COVID-19 es un virus causante de todo, desde el resfriado más común hasta el SARS; como zoonótico, lo que comporta que originariamente derivó de un animal, como algunas investigaciones muestran a los murciélagos como los vectores potenciales, al sopesarse que son portadores del coronavirus.
Simultáneamente, pudo ser a través de otros animales intermediarios antes de infectar al hombre, como el pangolín y la civeta, una especie de mamífero carnívoro que se distribuye ampliamente por la India, el Sur de China e Indochina.
Actualmente, a las puertas de la finalización del primer mes de 2021, las cosas no pintan nada bien y me atrevería a manifestar, que muchísimo peor, para lo que los epidemiólogos, nuestros faros en los que habitualmente no se les presta la debida deferencia, habían avisado en vísperas de las celebraciones navideñas que la tercera ola no aparecería en sí, como una resaca, sino como un tsunami.
Y es que, en un mes duro en cuanto a su climatología, la magnitud de contagios acumulados equivale a los 670.000 casos; o séase, una cuarta parte de las infecciones que se han derivado y en las tres embestidas del virus.
La expansión de positivos está siendo tan arrolladora, que numerosas Comunidades soportan el peor de los intervalos de la pandemia, prescribiéndose el doble de situaciones diarias de lo que se hizo en los tramos más comprometidos de la segunda andanada del coronavirus.
Recuérdese al respecto, que en los inicios del pasado mes de julio, el Presidente del Gobierno daba por dominada y empequeñecida la epidemia, alentando a la ciudadanía a “no dejarse atenazar por el miedo” a los posibles rebrotes, y “salir a la calle” para reavivar la economía y recrearse en la “nueva normalidad recuperada”. Algo así, como una utopía.
A primera vista, España acababa de despojarse de una escalofriante primera ola, engullendo 28.315 vidas, según las pormenorizaciones del Ministerio de Sanidad con la curva de contagios allanada, y sobrellevando uno de los confinamientos más severos de cuantos se habían realizado en el mundo. Lo que sin duda, incitó a la confianza.
Siete meses de mutismos como si todo hubiera finalizado en el desplante, la combinación perfecta y la amalgama de la segunda y tercera ola en la que nos atinamos, sacuden perores descriptivas que las reunidas entre la horquilla de marzo y junio de 2020. Para ser más exactos, se han sobrepasado los muertos registrados en aquellos meses aciagos, contabilizándose 29.964 desde junio.
En total, España se sitúa provisionalmente en los 58.319 óbitos, dígito que los expertos coinciden en afirmar que no concuerda y discrepa del que se extrae por el exceso de mortalidad recogido en el Instituto Nacional de Estadísticas, abreviado, INE, al aumentar las muertes por encima de las 80.000 aplicables en 2020 y en razón a las de un año normal.
El incremento de fallecidos se genera después de unas jornadas ensombrecidas, en las que se han disparado los contagios por la propagación de la cepa británica y las reuniones navideñas: en los últimos 14 días se han verificado una media diaria de 294 víctimas por el COVID-19, cuando hace tres semanas rondaban las 130.
En alusión a la secuenciación de la variante británica del virus SARS-CoV-2, se ha acentuado considerablemente y su peligrosidad de diseminación se estima elevada y que acabe siendo dominante en España. Así lo justifica la ‘Actualización’ extraída por el Ministerio de Sanidad de fecha 20/I/2021, que aprecia la ‘Circulación de VOC 202012/01 B.1.1.7’, como se ha designado técnicamente, para descifrar sus principales características y perfilar su comportamiento.
Curiosamente, transcurridos 15 días desde que el Director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias quitase trascendencia a esta mutación, el Ministerio de Sanidad notifica literalmente que “el impacto podría ser muy alto, ya que la variante puede ocasionar un aumento en la tasa de hospitalización y letalidad, tanto por la mayor tasa de incidencia como por la aparente mayor gravedad”.
Es más, no se descarta la probabilidad de reinfecciones por esta cepa, ni el descenso de la eficacia vacunal, puntualizándose que “es muy poco probable” que escape a la protección otorgada por la vacuna.
Además, se ha detectado otra variante mutada del SARS-CoV-2 llamada 501Y.V2, con un caso detectado en Sudáfrica y coligado a una carga viral más alta, lo que sugiere un potencial de mayor transmisibilidad.
El reajuste del texto argumenta “las nuevas evidencias epidemiológicas acerca de la mayor virulencia y letalidad” de esta variante, fusionado a los análisis de la capacidad neutralizante de los anticuerpos frente a ella.
Los estudios revelan el despunte en la mortandad, en contraste a otras variantes que se cataloga entre 1,07 y 2,71 veces superior. Los datos compilados aclaran que la cepa se ha encontrado en 60 naciones, emergiendo en 23 países de Europa con 1.300 casos, allende a Reino Unido.
Como subraya el Ministerio de Sanidad, las Comunidades Autónomas han hecho oficiales 267 casos. La inmensa mayoría están engranados epidemiológicamente con la nación insular del Noroeste del Viejo Continente, pero concurren otros en los que no se ha determinado un parentesco epidémico.
De la misma manera, este documento matiza lo que plasmó en su primera interpretación: la variante ha aparecido el 17/XII/2020 en aguas residuales de Granada, incluyendo aguas usadas, domésticas y urbanas, y haciendo hincapié en las certezas que la VOC B.A.A.7 tiene más resonancia, con el aumento de decesos en cualesquiera de los grupos de edad.
Y ni qué decir tiene, los plazos en la llegada de las dosis, que problematizan difusamente el procedimiento de la vacunación en España y el número de personas con pauta completa. A los de ‘Pfizer/BioNtech’ de la semana anterior, ha de añadirse el retraso de ‘Moderna’ y está previsto un recorte en el abastecimiento de ‘AstraZeneca/Oxford’, cuya conformidad está a punto de cerrarse. Sin inmiscuirse, ‘Janssen/J&J’ y ‘Sanofi Pasteur/GSK’.
Las repercusiones en las informalidades hasta la fecha, desbaratan la gestión general de las Comunidades de forma heterogénea, con el complemento del riesgo extremo en el que nos encontramos por el descontrol de la pandemia.
“Habrá que aguardar trechos no pocos dificultosos para valorar los efectos irrevocables de un enemigo misterioso y fluctuante, que nos pone contra las cuerdas en una batalla asimétrica con fuerzas dispares aún por aplacar”
En esta tesitura, se han implementado pequeños reajustes para adecuarse a la realidad; mientras, la Comunidad de Madrid ha interrumpido la administración de la primera dosis, hasta llevar a término la inoculación de la segunda y la pospone en algunos sanitarios.
Esta variación en lo pronosticado no se deduce por el perjuicio de las dosis recibidas: los medicamentos de ‘Pfizer/BioNtech’ son prácticamente el grueso de los que se inoculan en este momento, en cambio, los de ‘Moderna’ que constituyen el 1%, tuvieron un atraso que imposibilitó la entrega del 44% de las dosis acordadas.
En consecuencia, como se ha fundamentado en estas líneas que prosiguen en otro pasaje, el SARS-CoV-2, ha dispuesto que el año 2020 quede para la historia como el de mayor tasa de mortalidad desde que existen registros. Indiscutiblemente, este indicativo condena la esperanza de vida, viéndose comprimida en algo más de un año y lo que quedaría por anotar.
Para colmo, los cientos por miles de extintos no se reflejan apropiadamente en las fórmulas de recopilación de las estadísticas, previéndose que la saturación de los hospitales pospondrá el diagnóstico en torno al 25% de los nuevos cánceres, con un desenlace dramático para la futura subsistencia.
Con lo cual, dejando a expensas del lector la premura irrevocable de suscitar una reflexión sensata y serena en instantes enrevesados, al igual que acaeció con la ‘Pandemia de Gripe A H1N1’ (1918-1920), también conocida como ‘Gripe Española’, habrá que aguardar trechos no pocos dificultosos y cargados de temores, para valorar en su justa medida los efectos irrevocables de un enemigo misterioso y fluctuante, que nos pone contra las cuerdas en una batalla asimétrica con fuerzas dispares aún por aplacar.
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