Opinión

Al César lo que es del César

Era la casa más lujosa de toda la costa. Materiales de primera y un diseño único, muebles exclusivos de las mejores maderas y mármol de primerísima calidad. Una casa de ensueño, todo lo mejor para su querida esposa. Este era el regalo que le hizo un excéntrico millonario a su esposa por su treinta cumpleaños. En el regalo iba incluido una fiesta de inauguración por todo lo alto con lo más selecto de la sociedad del lugar. Todo marchaba a las mil maravillas hasta que un invitado decidió estrenar el servicio. Cuál fue su sorpresa cuando abrió el grifo para lavarse las manos y... ¡Ni una gota de agua, no puede ser!

El dueño de la mansión comprobó todos los grifos y de ninguno de ellos salía ni una sola gota. Llamó al fontanero más próximo que de urgencias estaba y en unos minutos se presentó en la casa. Después de examinar las cañerías de toda la vivienda, le comunicó al dueño que no sabía de donde podría provenir el fallo. Le cobró 100 euros por la visita y la inspección y se marchó. Llamó a otro profesional el cual le recomendaron pero que estaba algo más lejos del lugar. En cuestión de un par de horas se personó. Exactamente como el anterior, inspeccionó todas las cañerías sin dar tampoco éste con la solución al problema. Cobró 200 euros por el trayecto bastante largo y la revisión. El dueño desesperado llama al arquitecto y aparejador que les hicieron los planos y ejecutaron la obra y éstos a su vez le enviaron a la empresa de fontanería que acometió dicha obra. Al cabo de un buen rato aparece el jefe de fontaneros de la empresa y echando un vistazo rápido al asunto dice: - “¡Abrimos esta pequeña válvula que está impidiendo el paso del agua desde la red general hacia la casa y listo, aquí está el agua señor!”. El dueño, muy aliviado y contento le pregunta por el precio de la reparación, a lo que el fontanero le responde: “Señor, serán 1.000 euros, que tendrá usted que ingresar en la cuenta de la empresa. Esta es mi tarjeta con los datos y si no se le ofrece otra cosa, buenas noches. Por cierto, recibirá usted una factura detallada del servicio”. El dueño de la casa quedó petrificado ¿1.000 euros por abrir una válvula? Al día siguiente recibe la factura de la empresa en la cual se detallaba el servicio. En la factura ponía: “Apertura de la válvula: 10 euros. Llegar a la conclusión de que esa válvula debía ser abierta: 990 euros”.

En la vida muchas veces perdemos de vista y desviamos la atención de lo que realmente tiene valor. No es lo que se hace lo que tiene el auténtico valor, sino el saber que es eso precisamente lo que hay que hacer, pues de no ser así, nunca sería hecho. No, para nada esto es un juego de palabras, es simple y llanamente la realidad.

En política, todo esto adquiere una mayor dimensión, un valor único ya que se trata de, como aquel jefe de fontaneros, llegar a la conclusión de qué medidas exactamente se necesitan tomar para resolver tal o cual situación. Si de economía hablamos, por ejemplo, el verdadero valor lo tiene la capacidad de poder llegar a cierta conclusión la cual, llevada a la práctica, solvente el problema o por lo menos lo alivie en gran medida. Reactivar una economía en proceso de caída no permitiendo la entrada de esta en la tan temida recesión, evidentemente no es tarea fácil, pero hay mecanismos ya llevados a la práctica por otros que en ocasiones anteriores dieron resultados positivos. Aunque no sería comparable y de hecho esperemos no lo llegue a ser nunca, podríamos fijarnos, por ejemplo en la Gran Depresión.

Este fue el periodo de tiempo que tuvo lugar justo después del crack del 29 (1929) el cual afectó a todo el mundo posteriormente de su impacto en los EEUU. No fue hasta el 1933 cuando el demócrata Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones, que promulgó la implantación del ‘New Deal’ (Nuevo Pacto): un conjunto de medidas económicas y sociales para reactivar el consumo y la inversión. Reordenó el sistema financiero de los EEUU aplicando una serie de medidas que consiguieron no en muchos años, levantar nuevamente la economía americana. Él sostenía la idea, basada en un economista muy célebre, que la adecuada intervención del Estado en períodos de crisis puede reactivar la economía, aunque esto implique un aumento del déficit. Aumentó así también el gasto público y como ejemplo de algunas de las medidas implantadas, podríamos destacar las siguientes: Devaluó el dólar para favorecer las exportaciones, indemnizó a los campesinos para que redujeran la superficie cultivada y así disminuir los excedentes, creó instituciones que favorecieron un mayor control del libre mercado. En definitiva y para no alargar mucho, lo verdaderamente valioso del milagro de recuperación poscrisis, más que las medidas en sí, fue el llegar a la conclusión de que esas eran las medidas idóneas para ese momento concreto.

Hay un famoso dicho que dice que “al César lo que es del César”, es decir, no hay que restar valor sino todo lo contrario, a quien o quienes traen consigo estas soluciones. Reconocerle a quién corresponda su labor cuando los resultados son los deseables es casi una obligación moral. Ya lo dice el otro dicho “es de bien nacidos ser agradecidos”. Aquí es verdaderamente donde se pone en valor la gestión política, la cual también tiene sus aciertos y como tales hay que reconocerlos, pues no todo van a ser críticas, verdaderamente existe quienes lo dan todo y finalmente consiguen el resultado deseado. Como dijo Roosevelt, el Estado debe intervenir adecuadamente, es decir que en cada lugar, las autoridades deben implicarse y aplicarse muy concienzudamente a través de las administraciones para, en primer lugar no permitirnos llegar a caer y si caídos ya estuviéramos, saber qué mecanismos activar para levantarnos. Si bien no quiero decir que estas medidas deban ser las mismas que debiéramos aplicar, sí que deben ser tenidas en cuenta para su análisis y así posteriormente, estudiadas junto a otras que también fueron aplicadas en otros momentos de crisis, llegar a las que finalmente puedan ser aplicables a nuestra economía más concretamente. Crisis como por ejemplo la de las petroleras de 1973, la crisis de las deudas de 1980, la crisis asiática del 97 y otras más. La historia debe servirnos de guía para aprender de los errores y replantearnos las futuras decisiones.

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