¿Ahora con los derechos fundamentales?

El magistrado Alfonso Villagómez Cebrián, del Juzgado de lo Contencioso Administrativo de Madrid, declaró la semana pasada “nula de pleno derecho” la orden de la Consejería de Sanidad de Madrid, publicada en el Boletín Oficial de esa comunidad, en la que, debido a la pandemia de la COVID, se regulan actividades sociales y económicas como la prohibición de fumar en la calle si no se pueden respetar los dos metros de distancia.

Esta medida, que ha sido asumida casi por unanimidad por todas las autonomías, siguiendo el ejemplo de las pioneras Galicia y Canarias, cuenta con el visto bueno del ministro de Salvador Illa, pero no se ajusta a Derecho porque el Ministerio de Sanidad dio las indicaciones, pero no ha publicado en el BOE la orden correspondiente.

Porque tiene que hacerlo y por aquello de que cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas a remojo, la Ciudad Autónoma envió ayer lunes a los Juzgados de Melilla una consulta similar porque al limitar derechos fundamentales tiene que ser un juez quien autorice las medidas implementadas.

Y mientras los tribunales se pronuncian sobre la legalidad de la prohibición de fumar en la calle, los casos de COVID 19 siguen creciendo.

Al no haber estado de alarma, las autonomías no pueden tomarse la libertad de decretar, por ejemplo, confinamientos o limitar la libre circulación de las personas, como se ha hecho, por ejemplo, aquí, restringiendo el acceso a Aguadú, Rostrogordo y el Polígono Industrial.

Gracias al coronavirus estamos recibiendo una clase gratuita de Derechos y Libertades. Pero no hay de qué avergonzarse. Nuestros políticos tampoco tienen claro, a día de hoy, hasta dónde pueden llegar con los derechos fundamentales. Prácticamente están dictando órdenes a ciegas.

El varapalo judicial de Madrid ha venido a poner a todos sobre aviso. Ya nos habíamos quejado hace una semana de que las medidas de prevención del contagio del coronavirus llegaban tarde en Melilla. Los casos se multiplicaban día a día y no veíamos una reacción responsable por parte de las autoridades.

Ahora podemos decir que, con la ley en la mano, no tenemos mecanismos para frenar el rebrote descontrolado en nuestra ciudad. Tenemos que descartar, de momento, confinar barrios de forma parcial o completa, urbanizaciones o calles. Sólo un juez puede dar esa orden y por eso el presidente Eduardo de Castro anunció ayer que habían hecho la consulta.

El coronavirus nos ha quitado la venda de los ojos. Hasta ahora, tardábamos cuatro años en darnos cuenta de que un Gobierno funcionaba o no. Ahora, lo mismo en Madrid que en Cataluña, que en Melilla hemos comprobado, en apenas seis meses, que los responsables políticos a los que pagamos para que gestionen el dinero de todos no tienen idea de lo que se traen entre manos.

No corren buenos tiempos para la política. Hay que reconocer que tampoco lo han tenido fácil aquellos a los que les ha tocado lidiar con una pandemia globalizada, que nos tiene hundidos a todos por igual, en todas partes.

Pero podemos darnos con un canto en los dientes. Estamos mal, pero no tenemos las colas y la escasez de Cuba, ni nuestro presidente se llama Alexánder Lukashenko, ni hemos tenido que aplaudir el golpe de Estado en Malí. Podríamos estar infinitamente peor.

En esta ocasión no voy a comparar nuestra situación con la de Burundi porque siempre que lo hago, me cae en Twitter la del pulpo. ¿Quién iba a pensar que había una asociación de defensores de Burundi en las redes sociales? Pues la hay y tan bien habla de ese país y de sus libertades, que estoy por sacarme un billete de avión para ir a disfrutar de la belleza del lago Tanganica y de las ciudades de Gitega, Buyumbura o Ngozi. Ardo en deseos de probar a qué huelen la libertad y el respeto de los derechos fundamentales.

Señores, no quiero ser ave de mal agüero, pero vamos a reconocer que en Melilla estamos jodidos. Levantamos la cabeza y nos dan un palo. ¿Y si el juez dice que no podemos prohibir fumar? ¿Qué hacemos? Recurrimos y nos metemos diez años hasta que el Supremo o Estrasburgo nos den la razón.

Algo no va bien. Sólo de pensar que podemos necesitar un nuevo estado de alarma, se me ponen los bellos de punta. Pero nuestra gente no está actuando con responsabilidad. Llevo días pensándolo, sin atreverme a decirlo, pero a los hechos me remito: puede que no haya sido una buena idea autorizar la celebración de la Pascua Grande.

A día de hoy no podemos achacar los contagios a esa celebración, pero desde entonces han crecido los casos de coronavirus en Melilla. La gente no sabe dónde se le ha pegado el virus y desde el Gobierno tampoco lo dicen. ¿De verdad no lo saben?

Debimos ser más cautos. No por nosotros, que también, sino por nuestros mayores. Ellos merecen que lo hagamos mejor de lo que lo estamos haciendo. Merecen que estemos a la altura de las circunstancias.

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