Opinión

El actor primordial en la globalización y centro de gravedad del mundo

Una de las predisposiciones de cambio que desde el trazado geopolítico se distingue a escala global, tiene mucho que ver con el creciente desplazamiento del foco mundial desde el Atlántico al Pacífico. Gradualmente, el continente asiático se va erigiendo en uno de los motores esenciales de la economía planetaria. Ahora bien, las piezas de este puzle pueden producir efectos disruptivos y agitar las directrices que se hallan en pleno avance. Todo hace indicar que los enormes retos condicionados se muestran en un paisaje irresoluto.

Acabada la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1939-1945) y en plena ‘Guerra Fría’ (1947-1991), Asia comienza a ganar terreno con el denominado ‘prodigio japonés’. Un estado que experimentó crudamente el lanzamiento de dos bombas nucleares y que, gracias a una asombrosa templanza y creatividad recuperó el grado de actor económico. Rápidamente y de igual forma, impactaría Corea del Sur que de un escenario prácticamente decadente, de la noche a la mañana se convertiría en una potencia de manufacturas y alta tecnología y se añade a los apodados ‘tigres del Asia’, al igual que lo hacen Hong Kong, Taiwán y Singapur.

Con un enfoque plenamente estratégico en 1967 cinco naciones del continente asiático, estas son, Tailandia, Indonesia, Filipinas, Singapur y Malasia, acomodan la ‘Asociación de Naciones del Sudeste’ de Asia, y sucesivamente se agregan otras cinco: Camboya, Brunéi, Laos, Vietnam y Myanmar alcanzando los diez miembros, y en 1992, contraen el encargo de convenir una zona de libre comercio. Más tarde, en 1997, consiguen un cuerpo más vasto con tres potencias principales: China, Japón y Corea del Sur.

Simultáneamente, la aldea global tampoco ha quitado ojo de otro impresionante portento asiático. Me refiero a la metamorfosis que suscitó Deng Xiaoping (1904-1997) en China, generando la maquinaria del ‘comunismo capitalista’ que embadurnó su éxito en el control férreo de los medios de producción y que desembocó de las hambrunas de Mao Zedong (1893-1976), a una potencia y fabrica del universo globalizado, contexto que se atina como parte de las transformaciones de la pandemia que nos ha azotado.

De manera, que con la extraordinaria evolución de los estados asiáticos y, muy en particular, la China comunista, geopolíticamente se va posicionando del eje Asia-Pacífico, como una palanca que pugna en múltiples trazados. Llámense el soporte económico, o el comercial y tecnológico con el concerniente occidental atlántico, que bajo el protagonismo de Estados Unidos y la Unión Europea ha conseguido una supremacía a escala internacional.

El fortalecimiento y esparcimiento de China que se robustece con el liderazgo de Xi Jinping (1953-69 años), extrae su mayor énfasis con la proyección del faraónico designio de la Ruta de la Seda, que entraña el pleno posicionamiento de suculentas inversiones, además de productos y tecnologías chinas en los mercados asiáticos, europeos e incluso en tierras africanas. Queda claro, que con este objetivo se encarama el eje de la Eurasia, pero con el centro neurálgico en China.

De cara al meteórico ascenso de China que en este momento se exhibe como la factoría del mundo, las administraciones democráticas y de occidente, especialmente, no han acabado de precisar una estrategia eficaz de sujeción. Y a la hora de la verdad nos topamos con algunos esfuerzos con escasa coordinación y exigua estabilidad. El ‘Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica’ (4/II/2016) es un modelo categórico en el mapa comercial, un mega acuerdo económico regional satisfecho por once estados, sin la estampa de China y bajo el paraguas de los Estados Unidos que el ex presidente Donald Trump (1946-76 años) denunció al ocupar la presidencia.

 

 

“La región Indo-Pacífico despunta por ser relevante desde el punto de vista económico, paso comercial de obligado cumplimiento y fuente fundamental de recursos naturales, hoy por hoy, se reconoce actor preferente en la globalización y centro de gravedad de la Tierra”

 

 

Otra de las iniciativas de contención que no ha alcanzado una conveniente solicitud ni firmeza, ha sido el foro estratégico informal determinado como ‘Diálogo de Seguridad Cuadrilateral’, conocido como ‘QUAD’, con finalidades cooperativas y militares que impulsaron las direcciones de Estados Unidos, Japón, India y Australia en 2007, pero que instantáneamente desactivaron y más tarde volvieron a reactivar en 2017, como una reposición ante las progresivas tiranteces con China por sus operaciones expansionistas en el Mar de la China Meridional.

En estos instantes desde los Estados Unidos se valora una continua rigidez con China, que no son pocos los que comienzan a juzgar como una especie de ‘Guerra Fría’ y nuevamente se advierte espontaneidad, personalismo y falta de acoplamiento con otros aliados fundamentales en Asia y Europa. Por ende, se constatan lógicas objetivas para implantar límites a la expansión china, concretamente, frente a su praxis autoritaria, pero la creciente acometividad que en su día tuvo Trump, da la sensación de que respondía más bien a motivos electoralistas, que a una táctica bien engranada. Este errático proceder puede conllevar a medio plazo a derivaciones incongruentes.

En paralelo y desde el prisma geopolítico se distingue como ante la brusca controversia de numerosas administraciones contra la opacidad del gobierno comunista chino que ha tenido ante la crisis epidemiológica, el eje Indo-Pacífico evaluara estar obteniendo un mayor protagonismo. Un puntal que hace referencia a un extenso espacio geográfico que no prescinde de China, pero que políticamente otorga de capacidad a la labor de la India como actor emergente.

Desde diversas aristas como Asia Pacífico, Eurasia o Indo-Pacífico, el punto que se encuentra sobre la proyección vertical del hipocentro se ha estado deslizando al continente asiático. Toda vez, que los frutos disruptivos perturbaría las tendencias consabidas. Con lo cual, la hegemonía de China está en interrogante y es incuestionable que su liderazgo parece amortiguarse.

Con estos antecedentes preliminares, Indo-Pacífico no es un espacio lineal manifiestamente limitado. En cambio, envuelve a un subconjunto de áreas de gran trascendencia geopolítica dentro de una macro estructura paralela. En su asentamiento occidental potencias marítimas regionales como Pakistán, India, Arabia Saudita e Irán, se hallan envueltas tanto en una competencia regional como dentro de un enrevesado juego de matrioshka o muñeca rusa, donde diversos tientos y pericias tácticas de actores extrarregionales, como Estados Unidos y China, conviven con intimidaciones no tradicionales y actores no estatales.

Mientras, en el departamento oriental la irrupción de China como potencia marítima no sólo ha alterado la sistematización estratégica, sino que igualmente ha causado inquietudes sobre sus planes de seguridad en el Océano Índico, debido a los movimientos intencionados para preservar las líneas marítimas de comunicaciones, así como las mercancías y suministros desde y hacia China.

Y es que, la guerra de Ucrania ha descosido demasiadas relaciones internacionales y proyectos económicos.

Visto este escenario latente, ningún estado debe dar la espalda a las coyunturas geopolíticas que se ciernen: el continente asiático es el punto cardinal de toda política exterior. Pero contemplando la política exterior de España, ésta se ha centrado exclusivamente en Europa, el Mediterráneo y el espacio iberoamericano.

Una vez más, el énfasis de que la geografía siempre figura y la historia retorna contra todo pronóstico, ambas nos han encadenado de modo directo a la aspiración política europea de integración. No cabe duda, de que por geografía somos Europa, pero, asimismo, por historia. Por ello, formamos parte ineludible de dicho concepto político, cultural y de valores que denominamos Occidente. Una significación que nace y va cogida de la mano con los ‘Descubrimientos’, la ‘Ilustración’ y la ‘Revolución Industrial’ que guarda sus referentes en el humanismo cristiano.

Primero, políticamente, se resume con las connotaciones burguesas y la democracia representativa; segundo, económicamente, con las economías de libre mercado y libre iniciativa privada asentada en el derecho a la propiedad; y tercero, social y culturalmente, en comunidades abiertas con individuos libres e iguales y con garantías de cara a los atropellos o excesos de los poderes públicos.

La Unión Europea (UE) es en este momento para España un designio crucial y marco imprescindible de la proyección internacional, estabilidad institucional y bienestar económico. Un ideal de paz, solidaridad y libertad con empeño de allanar cada uno de los conflictos que han arruinado el continente a lo largo del pasado. Un proyecto en el que sobre todo prima ser proactivo.

Una y otra, geografía e historia, nos funden a la cuenca mediterránea. Este Mare Nostrum del Imperio Romano en su época imperial, continúa empapando de manera resplandeciente el ordenamiento jurídico, siendo un molde de presencia e intercambio inigualables entre todas sus poblaciones. En nuestros días, el Mediterráneo es lugar de encuentro y confín entre un Norte habitualmente libre, floreciente y constante, y un Sur y Este, trémulos e inseguros y afectados por un sinfín de conflictos cronificados.

A pesar de todo, la cooperación euro mediterránea no es únicamente beneficiosa y apetecible, sino que es un menester recomendable: España, ha de ejercer una labor protagonista no más lejos de los incuestionables inconvenientes existentes y desde una configuración estratégica.

El tercer eje procede de la geografía e historia, porque España apareja su instinto de ser mediterránea y europea, pero del mismo modo, atlántica. Esta influencia se cristaliza desde los ‘Descubrimientos’, por los que América Latina es parte de Occidente, a pesar de quiénes indagan su legitimidad previa y que lo que intentan es basar su identidad en la etapa anterior a la presencia hispánica y europea en tierras americanas, desechando y postergando los valores occidentales.

Por encima de todo, las relaciones por medio del Atlántico y en su cúspide anglosajona en el Norte e Iberoamericana en el resto, establecidos en lenguas comunes, creencias y valores compartidos, son principalmente clarividentes entre España y el universo iberoamericano.

La creación contemporánea de este acontecimiento es la Comunidad Iberoamericana de Naciones, que identifica al conjunto de países iberoamericanos y que hunde sus raíces en lazos personales y familiares y en el caso de América Latina, en una enriquecedora combinación de aspectos vinculantes.

Luego, el peso americano es consustancial a nuestro ser, fraguado por siglos de encuentros para salvaguardarlos y vigorizarlos. Sobre todo, en circunstancias agitadas como las que vive Latinoamérica.

Si bien, el mundo global en el que existimos, es cada vez más interdependiente, una potencia media con empeño de proyección como España, ha de encaminarse a otros panoramas que responden a las nuevas vicisitudes geopolíticas. Evidentemente, cultivando y fortaleciendo los ejes alusivos, se actúa para abrir un curso cualitativo en la relación bilateral con Estados Unidos, otorgándole mayor profundidad y ambición, más allá de la existente en materia de defensa y seguridad.

Más bien, de lo que se trata es de ahondar en la conexión política, económica, cultural, científica y tecnológica, o en la contribución en contornos influyentes para la seguridad colectiva como la lucha contra el terrorismo. Y cómo es razonable, en aquellas esferas de presencia común como América Latina.

Todo ello se logró en gran medida, aunque el reposicionamiento se atenuó después por lógicas consabidas. Pero debe seguir siendo un perseverancia de la política exterior, para ello es obligatorio reconocer adecuadamente los componentes de generación de confianza mutua indispensables para cimentar una unión estrecha y útil para ambas partes.

La renegociación de la cooperación en lo que atañe a la defensa, así como la significación estratégica de la Alianza y su correspondencia con la autonomía estratégica de la Unión, son medios donde explorar en el rumbo apropiado para apuntalar la relación bilateral cimentada en la amistad y los intereses compartidos.

De cualquier modo, resulta indiscutible que toda política exterior de un estado europeo, occidental y atlántico, incuestionablemente ha de poner su atención en el centro de gravedad que se emplaza en el estrecho de Malaca, un importante corredor marítimo y epicentro de la región que inicialmente apunté en estas líneas como el Indo-Pacífico.

De ahí, que se pusiese en movimiento el primer ‘Plan Asia-Pacífico’ con disposiciones concretas para aumentar la presencia y proyección en la región. Es cierto que partíamos prácticamente de cero, ya que el protagonismo de España en el continente tras el fiasco por la pérdida de Filipinas y el Tratado rubricado por Francisco Silvela (1843-1905) el 12/II/1899 que supuso la venta de las Islas Carolinas y Marianas a Alemania, incluyendo Palaos, pero excluyendo Guam, ha sido imperceptible.

No ha de soslayarse el papel ejercido por España en el comercio a partir de las posesiones en Asia y Oceanía. Amén, que se abstrajo después de 1898 y circunscribimos la inactiva política exterior para conservar la neutralidad en los conflictos que percutieron el Viejo Continente en la primera mitad del siglo XX. Posteriormente, la España democrática coronada en el proyecto político europeo, no podía quedar apartada de las predisposiciones del escenario geopolítico que comenzaron a sombrear y desarrollarse de modo acelerado, a partir de la victoria de Occidente en la ‘Guerra Fría’ con la ‘caída del muro de Berlín’ (9/XI/1989) y el ‘colapso de la Unión Soviética’ (26/XII/1991). Curiosamente, este triunfo decisivo permitió el preludio de sinergias y potencialidades que, por entonces, quedaron solidificadas bajo el paraguas del fantasma bipolar. Llegados a este punto, el principal exponente es el regreso de Asia como la gran protagonista del siglo XXI.

A resultas de todo ello, tras varios siglos de dominio a partir de los ‘Descubrimientos’ pero, sobre todo, de las ‘Revoluciones Industriales’, la aldea global ya es pos-occidental. Una influencia rebatida y no admitida lo suficiente por los actores emergentes que de manera grandilocuente han ocupado el tablero geopolítico.

El ejemplo irreprochable es China, pero igualmente han de sumarse estados que, sin ser geográficamente occidentales, al mismo tiempo se erigen en potencias asiáticas como Corea del Sur o Japón, y en el Indo-Pacífico tómese el caso de la India, Nueva Zelanda y Australia. Sin dejar en el tintero, el enorme potencial estratégico que entrevén las naciones del Sureste Asiático, como Singapur, Indonesia y Vietnam y comúnmente aquellas que componen la ‘Asociación de Naciones del Sureste Asiático’ (ASEAN), como Tailandia, Indonesia, Malasia, Singapur y Filipinas.

Paradójicamente, con una demografía de 650 millones de habitantes los países del sudeste asiático de la ASEAN, poseen una superficie semejante a lo que serían nueve Españas y un PIB que lo triplica. Es por lo que apenas se hace referencia a ‘Asia-Pacífico’, sino más bien, a ‘Indo-Pacífico’.

Quienes han incrustado este nuevo cuño han sido los japoneses con el impulso del ex primer ministro Shinzo Abe (1954-2022) sobre el Indo-Pacífico ‘Libre y Abierto’, en el que se autentique la libre circulación marítima, capital para todos. Esta noción ha sido transferida seguidamente por Estados Unidos y hoy es manejada por la amplia mayoría. El fondo deriva en el mismo desenvolvimiento geopolítico.

 

 

“Indo-Pacífico no es un espacio lineal manifiestamente limitado. En cambio, envuelve a un subconjunto de áreas de gran trascendencia geopolítica dentro de una macro estructura paralela”

 

 

La gradual mordacidad en la proyección global, incluyéndose una enorme representación en África y América Latina, unido a la meta de controlar el Mar de China Meridional y, por consiguiente, el estrecho de Malaca, así como la pretensión sobre Taiwán y el afán de desalojar a Washington como actor esencial en la región, ha llevado a una aproximación de intereses entre Estados Unidos y otros actores ante un ultimátum que se observa común para todos.

La tonificación del ‘Diálogo Cuatripartito de Seguridad’ o ‘QUAD’ (Estados Unidos, Japón, Australia e India) y la rúbrica del pacto de seguridad ‘AUKUS’ (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) que va mucho más lejos de la dotación de submarinos de propulsión nuclear con énfasis de lo que decimos y constituyen coaliciones cada vez más estrechas, sobre todo, desde la panorámica militar. Ello significa divisar, como unidad sólida en términos de seguridad y defensa, tanto el Pacífico como el Índico.

La centralización de Estados Unidos en este espacio específico, en analogía con su repliegue de otras esferas como Oriente Próximo o Asia Central, robustece la necesidad de que Europa admita su descenso en la notabilidad estratégica del vínculo atlántico y despliegue su política exterior de seguridad y defensa. Ahora, todos debemos mirar mucho más de lo que lo hacíamos antes hacia el Lejano Oriente, convertido en el foco mundial.

Ello engloba a España, como miembro definido de la UE, debiendo de favorecer el acoplamiento de esa política exterior y tender una política propia en coherencia con el posicionamiento europeo, pero que revise los intereses y capacidades. El potencial es formidable, dado el insignificante punto de partida consumado, aunque en estos últimos años algo ha evolucionado, queda mucho por implementar en el terreno cultural y de intercambio de ideas, como en el conocimiento mutuo y de la cooperación artística, técnica y científica.

Pero el ensanchamiento ha de acompañarse de una presencia renovada en la faceta comercial y de inversiones, porque concurren medios punteros que deben vislumbrar en Asia lo que en otros momentos las empresas advirtieron con realce en el resto de Europa, América Latina o Estados Unidos. Con esas miras es preciso acentuar los esfuerzos en el recinto diplomático, energético,  comercial o turístico, así como en el aspecto cultural en sentido general. Bien es cierto, que en algunos estados se ha avanzado, aunque no lo bastante.

Para ello es inexcusable consagrar recursos humanos y materiales y exhibir una clara voluntad política, preconcibiendo en términos estratégicos de medio y largo plazo. La exposición de planes determinados para la región asiática, con su conveniente dotación presupuestaria es irreemplazable. Mismamente, lo es sensibilizar al conjunto de la ciudadanía de que más allá del continente europeo y América Latina, España tiene mucho que trabajar en la parte más dinámica del planeta. Si no estamos ahí, a duras penas dispondremos de una proyección global en consonancia a la dimensión y peso específico que atesoramos.

En consecuencia, la región Indo-Pacífico despunta por ser relevante desde el punto de vista económico, paso comercial de obligado cumplimiento y fuente fundamental de recursos naturales, hoy por hoy, se reconoce actor preferente en la globalización y centro de gravedad de la Tierra.

Y como no podía ser de otra manera, Estados Unidos no queda al margen de esta realidad, al hacer importantes esfuerzos para implantar su liderazgo y adecuar su actuación al siglo presente, actualizando sus alianzas, mejorando sus asociaciones emergentes y fraguando vínculos transformadores.

He aquí el relato de los procesos de regionalización en el Este Asiático y la Cuenca del Pacífico, que busca dar visibilidad a las dinámicas de poder que se hallan detrás de las disposiciones regionales, y que nos permiten interpretar el aumento de velocidad del ‘QUAD’ y el plantel del ‘AUKUS’ en el Indo-Pacífico. Obviamente, valga la redundancia, el Indo-Pacífico es denominado por numerosos expertos y analistas como el caldo de cultivo de engranaje en la cooperación y asociaciones relacionadas en función no sólo de la temperatura que destila, sino de la sensación térmica que proyecta la premura del gigante asiático.

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