Ahora mismo hay un debate enconado en Melilla entre los ciudadanos que quieren que reabra la frontera cuanto antes y los que preferirían que nuestra ciudad continuara en modo isla: rodeada de agua y valla.
En el bando de los contrarios a la apertura de la frontera, a ojo de buen cubero yo ubicaría un perfil de clase media-media hacia arriba; personas nacidas, criadas o residentes en Melilla desde hace años, pero que no salen habitualmente a Marruecos ni tienen casa o familia del otro lado de la frontera. Son ciudadanos a los que les gustaría que esto fuera como Madrid, pero sin IVA y a poder ser, con todo más barato, pero sin nada que ver con nuestros vecinos.
También están quienes han visto cómo, desde que está cerrada la frontera, sus familiares y conocidos, parados de corta o larga duración, con ganas de trabajar, han encontrado un empleo. Son aquellos que han celebrado con alegría que hayamos sobrevivido año y medio en una plaza sitiada sin que nos haya faltado ni siquiera papel higiénico al inicio del confinamiento en marzo de 2020. Todo está más caro, es verdad, pero aquí no hay desabastecimiento.
Perdonadme la digresión, pero me gustaría comentar que he escuchado a más de un empresario decir que la gente no quiere trabajar en Melilla; que no encuentran albañiles, panaderos ni camareros. Que les llegan parados sin formar, los enseñan y a la semana se van porque dicen que la construcción, la hostelería o el horno son trabajos muy duros. Les he escuchado decir, incluso, que aquí hay mucha gente que sólo quiere ayudas. En fin, puede que no sea así a pie juntillas. Las generalizaciones son siempre traicioneras, pero son comentarios que están en las barras y terrazas de los bares.
Si vas a trabajar por lo mismo que te pagan en el paro, yo opto por trabajar para cotizar y asegurarme la pensión, pero hay quien vive el aquí y ahora y no está dispuesto a sudar por un sueldo que puede cobrar sentado en el sofá de su casa.
En el otro lado de la balanza están los partidarios de abrir la frontera ya; cuanto antes, mejor. El perfil es el de gente nacida aquí, que lleva un año y pico sin ver a los suegros, padres, abuelos, tíos, hermanos o a los amigos y que daría cualquier cosa por levantarse mañana y encontrarse la verja abierta.
Gente que necesita a su empleada doméstica. No a cualquiera, sino a la que lleva años cuidando de su casa y de sus hijos y con la que mantiene no sólo un vínculo laboral sino también emocional.
Hay además hijos adoptivos de Melilla, sobre todo, funcionarios destinados en la ciudad, que hasta el cierre de la frontera disfrutaban haciendo turismo por Marruecos y especialmente en el desierto; que tenían una casita, plantas o animales del otro lado de la frontera; que se tomaban un respiro los fines de semana y volvían de escapada como nuevos.
Según me cuentan, hay gente incluso que sigue pagando alquileres en Marruecos. Gente que tiene casas amuebladas del otro lado y que no sabe qué se va a encontrar cuando abran.
En este grupo se incluyen también los melillenses que están sufriendo el encarecimiento de la cesta de la compra; los que echan de menos el mercado de Beni Enzar, de Barrio Chino o el zoco de Nador.
Tenemos que reconocer que estamos divididos entre los que quieren que abra la frontera con visados; los que quieren que no abra y los que aspiran a que todo vuelva a ser como antes. Estamos más separados que nunca.
Hemos preguntado por aquí y por allá y nos cuentan que hace 15 días había runrún de que la frontera abriría en un plis-plas, pero llegó el Boletín Oficial del Estado y nos dejó claro que esto no abrirá al menos hasta el 31 de octubre.
En redes sociales hemos visto un vídeo de los operarios marroquíes limpiando la frontera tras las lluvias del 22 de septiembre y a muchos nos hizo tilín pensar que, como dice la canción del salsero cubano Willy Chirino, ese día ya viene llegando. Hay quien incluso apela a fuentes solventes para adelantar que la frontera abrirá para fin de año.
Tengo que reconocer que no soy de salir a Marruecos, pero creo que es anti-natura mantener una frontera terrestre cerrada. Esto, como me comentaba un político melillense, no es la frontera de Corea del Norte y Corea del Sur. Por tanto, tarde o temprano abrirá. Aquí hemos ido levantando la valla donde antes había campo abierto. Nos hemos ido blindando y ahora estamos encerrados en una cajita de cristal.
Este año y medio de frontera cerrada debería convertirse en un tiempo de reflexión para que unos y otros valoremos más y mejor lo que perdemos estando separados. Eso, en ningún caso, significa que vamos a plegarnos a lo que diga Marruecos. Creo que hemos demostrado que podemos sobrevivir sin ellos. Pero hay que reconocer que el precio que pagamos es muy alto y que no hay necesidad de convertir el Magreb en un campo minado.
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