Abdeselan Mohamed Anano (incide en su segundo apellido) nació el 28 de febrero de 1960, con ayuda de una comadrona, como sucedía en esas fechas, en una casa en la calle Napoleón, en Falda de Camellos, junto a la calle La Estrella y a la calle del Viento. En 1966, su familia, con nueve hijos, se trasladó a la plaza Daoiz y Velarde, en el Tesorillo.
Por las noches jugaba al fútbol o a las chapas, entre otros entretenimientos de la calle. Le gustaba ir a la playa de Miami o a Aguadú, pero, en realidad, no tenía demasiado tiempo, pues, cuando salía del colegio Huerto de las Cañas, entonces al lado del cuartel del Generalísimo –hoy el cuartel de la Guardia Civil- o posteriormente de La Normal –en el terreno que hoy día ocupa el Campus de la Universidad de Granada (UGR) en Melilla-, echaba una mano a su padre en un cafetín que tenía al lado de la fábrica Weil, de gaseosa y de cerveza África Star, cuando se producía en Melilla. Recuerda que, de hecho, ellos tenían un depósito de la marca porque sus camiones “no daban abasto” y a la gente que iba a comprar poca mercancía la desviaban al cafetín a cambio de una comisión para su padre. El colegio, de pago, le costaba a su familia 120 pesetas –unos 75 céntimos- al mes, comida incluida.
Pronto, con 13 ó 14 años, dejó los estudios y pasó a ayudar de forma permanente a su padre en el cafetín y en un estanco pequeñito que tenía justo enfrente. Con esa edad, Abdeselan se repartía entre ambos lugares; guarda un recuerdo “feliz, estupendo” de esa época. Al conversar con él, deja entrever que echa de menos el “respeto” y la “educación” que había entonces y que eran dos premisas que su padre llevaba “a rajatabla”. Era, dice Abdeselan, un hombre de los de antes que no permitía errores, porque, “si te equivocabas, te daba un chiclazo”. “Me siento muy orgulloso de esa época. Me acuerdo mucho de ella”, añade.
En 1977, por lo que describe como un problema burocrático –de “documentación y papeleo”-, a su padre le cerraron el cafetín y entonces compró una tienda en la plazoleta, la tienda de Catalina, donde ahora su cuñado ha puesto una carnicería.
En ese momento, él empezó a buscar trabajo por su lado y entró a la barra del bar de la AV Tesorillo con el fallecido Pepe Soler.
En 1978 se quedó con el ambigú del Casino del Real “en la buena época del casino, que era un boom”. Abierto desde media mañana hasta las 1:30 horas de la madrugada, aún había que echar a la gente para poder cerrar. Que si “ponme otra copa” y que si partidas de póker con las que Abdeselan ganaba más que con el resto del ambigú.
A finales de 1980 se marchó a Los Molinos, en la sierra de Guadarrama, en Madrid, y ahí se estableció, se casó y nació su primer hijo. Ya no pensaba regresar a Melilla, pero en esa zona dependían del veraneante y una crisis que hizo bajar el volumen de negocio y lo obligó, de alguna manera, a volver a su tierra.
Corría el año 1986 cuando se hizo cargo del restaurante Anthony, cuando estaba entre la calle Ejército Español y la Avenida Cándido Lobera. “Era entonces un cuchitril, un cuadradito, y empezamos con las hamburguesas y con los churros; eso era un boom y un no parar”, asegura.
Era también la época de los soldados, “la época buena de Melilla”, que, como dice siempre, “ha ido a menos”. Subraya que, por el contrario, cualquiera ve crecer los pueblos de la península, como sucede, por ejemplo, con Los Molinos –donde se compró una casa que utiliza para “desintoxicarse” de vez en cuando-. Allí, cuando él llegó, las calles eran de tierra y ha habido un gran cambio en cuanto al ambiente y la población.
Sin embargo, admite que Melilla, aunque está “muy bonita” como ciudad, ha ido perdiendo “ambiente y movimiento” respecto a las décadas de los 80 y, sobre todo, los 90, incluso de la de los 2000. Mientras en aquellos tiempos había que echar a la gente de los bares a la hora del cierre, “ahora sales por la noche y no tienes adónde ir, porque no ves a nadie”, anota.
La vida era en esos años de las décadas de los 60, 70, 80 y 90 “muy movida”, con una frontera fluida y sin valla, sin ningún problema. Por las noches, el jeep de la Policía Nacional, la conocida como "Lechera”, hacía sus rondas y a quienes los agentes veían “un poco desparramdos” les pedían la documentación, los metían en el vehículo y se los llevaban a la frontera.
También recuerda que, de la zona de Farhana, venía gente montada en burro con las cartucheras y cargaban cerveza y refrescos de Melilla hacia Marruecos, “donde no había nada”. Eran momentos de movimiento empresarial y vital en Melilla que Abdeselan jamás olvidará.
Tal como él lo ve, a este bajón de la ciudad también contribuyó la retirada del servicio militar obligatorio, que dejó Melilla, según sus cálculos, con 20.000 habitantes menos. Él piensa que habría que haber reivindicado algo que hubiera paliado esa pérdida.
Anota que, en la década de los 70, en Melilla había más de 100.000 habitantes sin tantos edificios como se han construido en los últimos 30 años. No entiende cómo es posible que se hayan “multiplicado” las viviendas y haya ahora menos habitantes que antes.
Por otra parte, añade que se viajaba mucho menos, con lo que el dinero se quedaba en la ciudad.
En el restaurante Anthony estuvo cinco años, hasta 1991, cuando se pasó, junto con uno de sus hermanos –Said, “que en paz descanse”, conocido por trabajar en El Paraíso-, al restaurante California principal, que estaba en la Avenida Juan Carlos I Rey, número 11, donde ahora está ubicada la tienda de Mango. Allí estuvieron hasta 2007, más o menos, cuando compró el edificio. Luego tuvo que hacer en él “una obra muy grande” que le salió por “millones de euros”.
Tras salir de allí, Abdeselan puso una cafetería frente a la iglesia del Sagrado Corazón y, aunque no tenía intención de alquilar el otro local, lo hizo porque Massimo Dutti le hizo “una oferta que no se podía rechazar”.
A finales de 2014 o ya en 2015 compró a Joaquín Peña el local donde actualmente está ubicado el restaurante California –antes Ítaca-, en el parque Hernández, y se muestra satisfecho de ello de cómo marcha con los desayunos y las comidas, sobre todo los fines de semana de invierno, cuando, “si no reservas, no tienes sitio”.
Por cierto, el hijo sigue los pasos del padre y ha abierto un nuevo restaurante llamado Épico en el Paseo Marítimo Rafael Ginel -donde estaba el local de wassabi-, que, según cuenta, está teniendo “una buena aceptación”.
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