LA Delegación de Migraciones, que la Iglesia Católica tiene abierta en Nador desde que se fue Médicos Sin Fronteras de Marruecos, atiende entre 700 y 800 inmigrantes del monte Gurugú. El dato lo avanzó ayer a El Faro el padre Esteban, encargado de esa misión cristiana en la vecina provincia marroquí y coincide con los cálculos anunciados recientemente por la Delegación del Gobierno, que apuntaba a que había un millar de subsaharianos a la espera de saltar la valla de Melilla.
Sin embargo no es la doble alambrada nuestro punto más vulnerable, por más que lo parezca. La valla que separa la ciudad de Marruecos es la imagen más dolorosa de la tragedia migratoria que ha elegido a Melilla por escenario, pero resulta que casi la mitad de los inmigrantes que se alojan en el Centro de Estancia Temporal de la ciudad no entran saltando la verja, sino a pie, burlando los controles policiales de los pasos fronterizos.
Los sindicatos policiales ya nos habían advertido de que los agentes de frontera no son capaces de detectar a ojo de buen cubero si el documento que les enseña en Beni Enzar un argelino, es en realidad suyo o el de un marroquí que se le parece físicamente.
Y esto ocurre porque cada día pasan por delante de ellos 20.000 personas. Este problema podría quedar resuelto con la implantación de la frontera inteligente que anunció el director general de Policía, Ignacio Cosidó, durante su visita a Melilla.
Mientras tanto, tenemos otro frente abierto y la verdad, ya son muchos. La polémica por la reinstalación de la concertina ha estado a punto de languidecer tras las declaraciones de la comisaria de Interior de la Unión Europea, Cecilia Malström, que desvelaron que ninguna legislación comunitaria las prohíbe. También ha influido el hecho de que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, haya admitido que está dispuesto a retirar las cuchillas, si encuentra un método mejor e igual de eficaz para “disuadir” a los inmigrantes de saltar la valla.
Parecía que habíamos llegado ya al punto muerto, cuando ha trascendido una carta enviada por el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, en la que critica con dureza las políticas de fronteras de la UE y de España y exige la retirada de las cuchillas de la valla.
El problema de la inmigración irregular sigue siendo nuestro problema. La ciudad no es ni mucho menos infranqueable. Es difícil entrar, pero no es imposible. El CETI está ya hasta los topes. Difícilmente podremos encontrar una solución inteligente al problema que tenemos entre manos.
La regularización masiva de inmigrantes que prepara Marruecos podría ayudarnos a rebajar la presión migratoria si los subsaharianos deciden quedarse a vivir en Nador, pero también podría desbordarnos si optan por entrar en Melilla y quedarse aquí una vez que tengan sus documentos en regla. Ése es un problema futuro. Ahora tenemos otro.
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