La Policía Nacional ha detenido a tres jóvenes del Monte María Cristina, acusados de ser los responsables de incendiar el parque infantil del barrio.
Pese a que la zona está rodeada de videocámaras porque colinda con el centro penitenciario, la detención ha sido farragosa. Según explican desde la Jefatura de Policía, los supuestos implicados, que tienen entre 28 y 30 años, no son recién llegados al mundo de la delincuencia. En su haber constan antecedentes por delitos relacionados contra la seguridad vial, el patrimonio y las personas.
Y ahora, para más inri, tendrán que responder ante la justicia por el incendio provocado el pasado día 20, en plena campaña electoral, que ha dejado daños valorados en 64.000 euros.
¿Había necesidad de destrozar un parque infantil recién inaugurado sólo para llamar la atención?
Justo ayer, mientras la Policía Nacional detenía a los tres supuestos pirómanos, los vecinos del Monte María Cristina avisaban a El Faro de que había decidido limpiar el parque para evitar que los niños jugaran entre cristales, con las manos tintadas de hollín.
De la misma manera que el vecindario colaboró para apagar el fuego, también se juntó el lunes para devolver, al menos, la limpieza a una zona que había quedado muy acogedora tras la inversión de la Ciudad Autónoma.
En otras partes de Melilla, la colaboración ciudadana es fundamental para mantener a los delincuentes a raya. Cada barrio es un mundo aparte, pero si hay personas que destrozan lo que es de todos, no se entiende el mutismo. Cuesta creer que nadie viera nada.
Los niños del centro, del Industrial, del Real... tienen sus parques infantiles en los que jugar y pasar las tardes de verano. Los del Monte se vuelven a quedar un año más sin sus aparatos porque a tres pirómanos se les ocurrió que un montón de cenizas lucían mejor en el barrio que los columpios instalados por la Ciudad.
Llama la atención la facilidad con que arden los contenedores, los coches y hasta los parques en Melilla. Ese grado de vandalismo no existe en la mayoría de ciudades de nuestro país, donde lo que preocupa a las corporaciones municipales son los excrementos de perros, los chicles en las aceras o los grafitis en las paredes de edificios públicos o en los trenes. ¿Es que aquí somos distintos?
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