Calle Larache, en el Barrio Cuerno. Unos quince funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía, entre inspectores de paisano, agentes con chalecos amarillos identificativos y otros de uniforme, están en la calle esperando la conclusión de algún registro. No nos informan de nada, ni siquiera del edificio donde se esté tratando de obtener información. “Si lo supiera, lo diría”, es todo lo que comentan.
Es la segunda vez en cuestión de horas que la policía interviene en esa zona. Unas vecinas jóvenes que están en la puerta de su casa miran con curiosidad el número de policías allí apostado. Están como a 25 metros de la vivienda y ellas explican que no era la primera vez que estaban en el barrio a lo largo de la mañana.
“Han venido temprano”, asegura una de ellas. “Luego se han ido y han vuelto hace poco”, señala cuando el reloj marca aproximadamente las 11.00 horas. Intuyen la razón de esa presencia policial pero no dejan de preguntar a esta periodista sobre lo que está pasando. Tienen interés en saber sobre el tema de los registros que, según se estaba comentando en las redes sociales, se producían en muchos puntos de la ciudad.
En realidad hay nerviosismo entre los vecinos. Se nos acerca una mujer bastante mayor, puede estar en torno a los 80 años y muestra la mano temblorosa que le provoca el estado de nervios en que se encuentra.
Nos pregunta qué está pasando. Una hija comenta que la mujer está muy nerviosa desde que empezaron los registros a primera hora de la mañana y que incluso sufrió un desmayo por la ansiedad. Se queda más tranquila cuando le decimos que la policía “solo busca a los malos” y nos da las gracias por tranquilizarla.
En esa misma calle vive una familia joven con varios hijos que han sido testigos directos de las acciones policiales. El hombre, de poco más de 30 años, cuenta que sobre las 07.00 horas, funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía irrumpieron en su vivienda para efectuar un registro. Llegaron a tirarlo al suelo ante el asombro de su mujer y sus pequeños pero se habían equivocado de ubicación.
Ella, ataviada con un burka, nos habla del susto que pasó en ese momento y él confiesa que afortunadamente no pudo ir al trabajo este martes “porque si no, imagínese mi mujer sola aquí con los niños”, comenta.
Este joven no se mostró en absoluto enfadado por lo sucedido. Al revés, indicó que la policía “me pidió perdón por lo ocurrido”. “Yo les dije, si traéis una orden, no pasa nada, me lo decís, yo os abro y ya está”, apunta. En definitiva, una equivocación sin mayores consecuencias más allá del hecho de que horas después tuvieron que volver los funcionarios policiales al domicilio correcto.
Pasadas las 11.30 horas, los policías empezaron a abandonar la zona. Primero lo hicieron los inspectores de paisano en el coche camuflado y luego varios más, uno de los cuales señaló: “los registros están en varios puntos de la ciudad”. “No soy de aquí por eso no puedo decir qué zonas son porque no conozco Melilla”, se justificó.